Autor: José Luis García Martínez, Profesor del Instituto Europeo de Salud y Bienestar social.
Las distracciones digitales implican alta activación neuronal y puede ocasionar consecuencias neurológicas. Gastamos mucha energía diariamente mirando, analizando y comparando todo tipo de textos, alertas, imágenes, vídeos y notificaciones y muchas veces, lo hacemos en momentos que no tocan.
Los costes físicos, mentales y emocionales de tales distracciones están directamente relacionados con nuestra eficiencia y productividad en las obligaciones y rutinas diarias, que pueden ser menos efectivas cuantas más distracciones digitales tengamos.
Pese a que el cerebro humano adulto sólo es 2% de la masa corporal, sus más de 80 billones de neuronas queman aproximadamente el 20% de las calorías que ingerimos cada día. Y el 50% en el caso de los adolescentes, y el 60% en niños y preadolescentes. Es decir, el consumo metabólico y energético de nuestro cerebro es muy alto, un gasto que puede incrementarse si las actividades que hacemos son cognitivamente demandantes.
Estas actividades son las que tienen que ver con la atención focalizada. Cambiarla de un asunto a otro, enfocarla y mantenernos así durante un período de tiempo indeterminado demanda un alto consumo de energía, algo que hacemos de forma habitual y cotidiana.
Las actividades que más energía gastan son las de cambiar la atención, puesto que desconectar del asunto anterior y concentrarnos en el nuevo requiere un elevado esfuerzo cognitivo.
Las capacidades cognitivas son aquellas que tienen que ver con el procesamiento de la información y como la empleamos después. Es decir, aquellas que contribuyen al aprendizaje, como son -entre otras- la percepción, la atención, la comprensión, la memoria y el lenguaje.
Las más importantes, por ser previas al resto de capacidades son la percepción y la atención, de acuerdo con los especialistas.
La percepción para entender la información
La percepción es la primera función que se pone en marcha para adquirir la información, descodificamos los mensajes; es decir, damos significado a los estímulos que nos llegan por los órganos de los sentidos, las cosas que ocurren en nuestro entorno.
La forma en que vemos e interpretamos los hechos es el punto de partida para realizar el resto de las funciones cognitivas. Y esta a su vez se verá influida por aspectos psicológicos internos, como la experiencia, las obsesiones y fobias, los deseos y las expectativas o valores.
Atención para organizar la información que nos llega.
La atención, también es una capacidad cognitiva que podemos dirigir, a través de procesos selectivos, pensamiento lateral (cuando nos centramos en un solo estímulo), de distribución (cuando nos centramos en varias cosas a la vez) y de mantenimiento (cuando atendemos durante largos periodos de tiempo).
Comprensión y análisis de la información
Otra habilidad posterior, que se pone en marcha es la comprensión. Consiste en entender la información que nos llega a través del análisis, la crítica y la reflexión. Va a depender de la relación íntima entre la percepción, el lenguaje y lo que ya conocemos y recordamos.
Ahora se ponen en juego la memoria y el lenguaje. La primera nos permite almacenar y recuperar información, la cual se puede entrenar con todo tipo de actividades y juegos. El lenguaje por su parte nos permite instintivamente establecer relación entre el significado y la palabra.
Los dispositivos digitales a través de los videos y las imágenes ejercen una fuerza de atracción sobre nosotros, que consume gran cantidad de energía en las fases de percepción y atención. Esta relación con la tecnología afecta al control de nuestro tiempo, nos convierte en un autómata consumidor de información, y dificulta el proceso cognitivo de compresión y análisis.
Así lo indica un estudio realizado por el International Workplace Group, IWG -antes Regus-, que especifica que, “la sobreestimulación puede tener consecuencias negativas en la capacidad de concentración y dificulta la desconexión tecnológica”.
De hecho, el IWG, se hace eco de otros estudios similares que avalan su hipótesis, por ejemplo, el realizado por la Universidad de Yonsei en Corea de Sur, donde un grupo de científicos ha descubierto que, el aumento de energía que requiere responder al flujo constante de información está provocando tensión física y psicológica en los empleados. Es decir, trabajamos en permanente estrés.
Otra investigación, llevada a cabo por la Universidad Técnica de Dinamarca, confirma que la hiperconexión afecta a nuestra capacidad de atención y de aprendizaje, que se está reduciendo a causa de la cantidad de información que consumimos y que nos es imposible digerir. Sí, somos más torpes que antes. Por lo tanto, cabe preguntarse, ¿estamos agotados mentalmente?
Podemos asegurar, según las conclusiones del IWG, que nos hemos convertido en personas menos productivas ya que las consecuencias derivadas de permanecer hiperconectados influyen en la motivación de los empleados, especialmente de aquellos que pertenecen a la generación Z -jóvenes nacidos entre 1995 y 2015-, todos ellos nativos digitales, ultra conectados, dependientes de la tecnología y expuestos al riesgo del agotamiento y otras enfermedades relacionadas con el estrés y la fatiga mental.